Un par de días antes había salido del reino de Añute, o Xaltepec, la joven princesa 6 Mono Ñu Ñuu, acompañada por un par de sacerdotes, para dirigirse al oráculo del Templo de la Muerte en Mictlantongo.
Ahí se quedó a residir con su protectora, la gran sacerdotisa 9 Hierba Q Cuañe, quien la iniciaba en el arte de echar los granos de maíz para leer el destino y así convertirse en una adivina o sacerdotisa de las suertes, una dzehe dzutu noño. También le enseñaba a observar las señales en los astros y el funcionamiento de los calendarios, la relación que existe entre el tiempo y el espacio, y la manera como se distribuyen en ellos las energías divinas de los dioses. Lo hacía a través de un esquema que separa el mundo de arriba, el cielo o Andevui, del plano intermedio, la tierra o Andayu, donde viven los hombres, y el nivel de abajo, el inframundo o Andaya.
Así, la tierra formada por montes y colinas, valles y planicies, se imaginaba con la forma de un cuadro, en el que cada esquina era uno de los cuatro rumbos del universo, con un punto más al centro, el Añuhu, en el que estaba el eje que sostenía a los tres espacios.
Estas direcciones se representaban por medio de cinco lugares que delimitaban la nación mixteca: al este estaba el Cerro del Sol Yucu Ndicandii; al norte el Cerro Oscuro Yucu Naa; al oeste el río de Ceniza Yuta Yaa, y hacia el sur el Templo de la Muerte, que identificaba al lugar de abajo, el Andaya. En cuanto al centro, éste podía establecerse en alguna de las principales capitales de la tierra, como era Tilantongo o Ñuu Tnoo.
Pero los cuerpos de agua como los lagos y el mar, junto con las cuevas y cavernas, eran las entradas al mundo subterráneo, el reino donde habitan las fuerzas de las tinieblas y la oscuridad, de lo frío y lo húmedo. Este reino estaba formado por cuatro niveles, que con los cinco puntos anteriores sumaban nueve, que era el número asociado con el inframundo. Este reino tenebroso ubicado al sur estaba presidido por la diosa de la Muerte, la señora 9 Hierba, Ñu Andaya, Iya Q Cuañe, que habitaba en el Templo de la Muerte, el Vehe Kihin, y era la guardiana del Panteón de los Reyes, que se localizaba dentro de la Gran Caverna, el Huahi Cahi.
Ahora bien, hacia el este encontramos al astro más grande y brillante, conocido como Corazón del Cielo, el dios rojo del Sol, el señor 1 Muerte, Ñu Ndicandii, Iya Ca Mahu, que simbolizaba las energías de la luz y el calor, iluminando el firmamento durante el día y calentando la tierra para que crecieran las plantas y los seres sobre ella. Por ello, el oriente era la dirección donde la vida nacía y se renovaba cíclicamente. Durante la noche, el astro descendía para alumbrar como un sol negro el mundo de los muertos, hasta que terminaba su recorrido y volvía a renacer, al amanecer del nuevo día, para elevarse a través de los cuatro pisos del cielo, del lugar de arriba o Andevui, que al sumarlos a los nueve pisos de abajo da el número trece, asociado a todo lo celeste.
El cielo nocturno, relacionado con el rumbo del norte, era el ámbito de los dioses antiguos y creadores, de los nobles ancianos Iya Ñuu, padre y madre de todos los dioses y origen de todas las cosas. Son deidades astrales, de la Vía Láctea y de otros grupos de estrellas o constelaciones, entre ellas la Osa Mayor, que se imaginaba como el Gran Jaguar que representaba al señor del universo, el del Espejo Brillante de Obsidiana, Te-Ino Tnoo, como una imagen del cielo nocturno estrellado y que probablemente era otro de los nombres del poderoso señor 4 Serpiente-7 Serpiente, Qui Yo-Sa Yo.
Asimismo, en el eje este-oeste, que se tomaba como el camino de la luz, en contraste con el norte-sur que era el de la oscuridad, estaba la gran estrella Tinuu Cahnu o Venus, llamada también Quemi, que quiere decir "cuatro", tal vez haciendo alusión a las cuatro posiciones que ocupa durante su movimiento alrededor del Sol. Igualmente, se le conocía como la Serpiente Emplumada o Enjoyada, Coo Dzavui, por estar adornada con ricas plumas de quetzal; pero este nombre también se puede traducir como Serpiente de Lluvia, que es el remolino de nubes de agua que se crea mediante fuertes corrientes de viento. Se trata de otra forma de Ñu Tachi, dios del Viento, del aliento vital y del espíritu, renombrado como el señor 9 Viento Iya Q Chi.
Retornando al norte, encontramos asimismo al dueño de los animales salvajes y corazón de la montaña, el dios de los Montes Ñu Yucu, señor 4 Movimiento Iya Qui Qhi. Los cerros se imaginaban como grandes recipientes de cuyo interior brotaban los manantiales y las fuentes del agua. Y en sus cumbres cubiertas de nubes estallaban los rayos que desatan la lluvia, ya fuera la beneficiosa que hace crecer las cosechas o la destructora que trae la inundación y las heladas, e incluso su ausencia provocaba la sequía. Por ello, tan poderoso elemento se representaba a través de uno de los señores del Tiempo, el dios de la Lluvia, el señor 5 Viento, Ñu Dzavui, Iya Q Chi.
Dirigiéndonos hacia el oeste encontramos a varias diosas de la fertilidad. Durante la noche, la diosa blanca de la Luna Ñu Yoo, es personificada por la abuela del río, la señora 1 Águila, Sitna Yuta, Iya Ca Sa, también llamada Nuestra Abuela. Su influencia abarcaba los ciclos de la fecundidad humana, animal y vegetal, y a los líquidos y cuerpos de agua, como el mar, los lagos y los ríos, los cuales estaban presididos por la deidad de las aguas terrestres, la señora de la Falda de Jade o Enjoyada Iya Dziyo Dzavui, 9 Lagarto Q Quevui, ya que esta piedra simbolizaba lo precioso de este cristalino elemento. Junto con ellas estaba la diosa madre, la deidad de la Tierra, Ñu Ndayu, señora 9 Caña Iya Q Huiyo, que en sus atavíos lleva diseños de lunas, adornos de algodón y un huso para hilar en el cabello, ya que estaba relacionada con el hilado y el tejido, así como con las médicas y las parteras.
Finalmente, el centro se localizaba en los lugares donde la corteza terrestre se voltea hacia adentro, como en los volcanes, y en el interior del ombligo de la tierra residía el señor del Fuego Iya Ñuhu. Esta era una deidad antigua, que muchas veces se mostraba como un anciano que carga un brasero, para contener el valioso elemento ígneo.
Estas son algunas de las principales deidades asociadas con la concepción del espacio, aunque todavía existen más. Y junto con ellas están los numerosos dueños del lugar o espíritus de la naturaleza, llamados simplemente ñuhu, que eran los guardianes de ciertos entornos, como la tierra, los bosques y los arroyos.
Todo en el universo mixteco estaba animado por fuerzas o energías sagradas que conocemos como dioses y espíritus, las cuales interactuaban constantemente para producir el milagro de la vida
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